sábado, 28 de enero de 2012

Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana - Engels

Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana - Engels

Engels decide realizar una publicación en dónde se retomara la crítica a la filosofía hegeliana y se reconociera la influencia que Feuerbach tuvo en los escritos anteriores realizados por él y por Marx.

1848 fue un período especial, el de la preparación de Alemania para la revolución de 1848.
Lo mismo que en Francia en el siglo XVIII, en la Alemania del siglo XIX, la revolución filosófica fue el preludio de la politica. Aunque, fueron muy distintas una de otra. Los franceses lucharon con toda la ciencia oficial, con la Iglesia y hasta con el Estado. En Alemania en 1833 hubo un hombre llamado Enrique Heine que vio lo que nadie alcanzaba a ver. La hipótesis de Hegel de que todo lo real es racional y todo lo racional es real implicaba una canonización de lo existente. para Hegel no todo lo que existe es real sólo por el hecho de existir, sino que, el atributo de la realidad sólo corresponde a lo que además de existir es necesario. Hegel no reconoce como real, por el sólo hecho de dictarse, una medida cualquiera de gobierno. Si aplicamos esta tesis al Estado prusiano, podría interpretarse así: Este Estado es racional, ajustado a la razón, en la medida en que es necesario, si nos parece malo y a pesar de serlo sigue existiendo, lo malo del Gobierno tiene su justificación y su explicación en lo malo de sus súbditos. Es decir, los prusianos de esa época tenían el Gobierno que se merecían. Sin embargo, en 1789 la monarquía francesa se había hecho tan irreal, tan despojada de toda necesidad, tan irracional, que hubo de ser barrido por la gran Revolución, de la que hegel hablaba siempre con el mayor entusiasmo. Todo lo que un día fue real se torna irreal, pierde su necesidad, su razón de ser, y el puesto de lo real que agoniza es ocupado por una realidad nueva. Podría pensarse por lo tanto que todo lleva de antemano el germen de lo irracional, es decir, que todo lo que existe merece perecer. La historia, al igual que el conocimiento, no puede encontrar jamás su remate definitivo en un estado ideal perfecto de la humanidad, Todos los estadios históricos que se suceden no son más que otras tantas fases transitorias en el proceso infinito de desarrollo de la sociedad que va desde lo inferior a lo superior. Todas las fases son necesarias y legímitimas, cada una va madurando y debe ceder paso a otra fase más alta y así sucesivamente.

Sin embargo, Hegel buscaba construir un sistema filosófico, y éste debe tener siempre su remate en un tipo cualquiera de verdad absoluta. Hegel habla de un momento en el que la humanidad cobra conciencia de la idea absoluta y se halla en condiciones de poder implantar prácticamente en la realidad esta idea absoluta. Es decir, el conocimiento filosófico es aplicado a la práctica histórica. Este contenido dogmático entra en contradicción con el método dialéctico y el lado revolucionario de la teoría queda asfixiado por el peso de este lado conservador.

Fue entre 1830 y 1840 cuando la filosofía hegeliana alcanzó la cumbre de su imperio exclusivo.
Quién hiciese hincapié en el sistema de Hegel podía ser bastante convservador tanto en el terreno de la política como de la religión, quién considerase como primordial el método dialéctico, podía figurar en la extrema oposición. Hegel, parecía inclinarse del lado conservador. A fines de la década del ‘30, se produjo una escisión de la escuela hegeliana en un ala izquierda: los jóvenes hegelianos. El conflicto se dio porque para los materialistas lo único real es la naturaleza y en el sistema hegeliano ésta representa tan sólo la enajenación de la idea absoluta, como una degradación de la idea. El pensar y su producto discursivo la idea son lo primario y la naturaleza lo derivado.

Fue entonces cuando apareció La esencia del cristianismo de Feuerbach. Esta obra pulveizó de golpe la contradicción. La naturaleza existe independientemente de toda filosofía, es la base sobre la que se desarrollaron los hombres, que son también productos naturales. Fuera de la naturaleza y de los hombres no existe nada. Los seres superiores que nuestra imaginación religiosa ha forjado no son más que otros tantos reflejos fantásticos de nuestro propio ser. La contradicción como sólo tenía una existencia imaginaria quedaba resuelta. En aquel momento el entusiamo fue general, al punto de que todos se consideraban feuerbachianos.

En 1848 con la revolución, pasó también a segundo plano el propio F.
El gran problema cardinal de toda la filosofía, especialmente de la moderna, es el problema de la relación entre el pensar y el ser, entre el espíritu y la naturaleza. El problema de saber qué es lo primario si el espíritu o la naturaleza, revestía frente a la iglesia la forma agudizada siguiente: ¿El mundo fue creado por Dios o existe desde toda la eternidad? Los filósofos se dividían en dos grandes campos según la contestación que diesen a esa pregunta. Los que afirmaban que el espíritu era lo primero fueron los considerados idealistas, los que consideraban a la naturaleza como lo tal, materialistas.

Este problema encierra otro aspecto: ¿Podemos en nuestras ideas formarnos una imagen refleja exacta de la realidad? Esto se conoce con el nombre de problema de la identidad entre el pensar y el ser.

La trayectoria de F es la de un hegeliano que marcha hacia el materialismo pero se atasca. Donde el verdadero idealismo de F. se pone de manifiesto, es en su filosofía de la religión y en su ética. F. no pretende en modo alguno acabar con la religión, quiere perfeccionarla. La religión es para él, la relación sentimental, la relación cordial de hombre a hombre. Su afirmación de que los períodos de la humanidad sólo se distinguen por los cambios religiosos es falsa. Los grandes virajes históricos sólo han ido acompañados de cambios religiosos en lo que se refiere a las tres religiones universales que han existido hasta hoy: el budismo, el cristianismo y el islamismo. Las antiguas religiones tribales y nacionales nacidas espontáneamente no tenían un carácter proselitista y perdían toda su fuerza de resistencia en cuanto desaparecía la independencia de las tribus y de los pueblos que las profesaban. Pero en el siglo XVIII, cuando la burguesía fue ya lo bastante fuerte para tener también una ideología propia, acomodada a su posición de clase, hizo su grande y definitiva revolución, la revolución fgrancesa, bajo la bandera exclusiva de ideas jurídicas y políticas, sin preocuparse de la religión más que en la medida en que le estorbaba; pero no se le ocurrió poner una nueva religión en lugar de la antigua. La única religión que Feuerbah investiga seriamente es el cristianismo, la religión universal del Occidente, basada en el monoteísmo. Feuerbach demuestra que el Dios de los cristianos no es más que el reflejo imaginativo, la imagen refleja del hombre. Pero este Dios es, a su vez, el producto de un largo proceso de abstracción, la quintaesencia concentrada de los muchos dioses tribales y nacionales que existían antes de él. Congruentemente, el hombre, cuya imagen refleja es aquel Dios, no es tampoco un hombre real, sino que es también la quintaesencia de muchos hombres reales, el hombre abstracto, y por tanto, una imagen mental también. Este Feuerbach que predica en cada página el imperio de los sentidos, la sumersión en lo concreto, en la realidad, se convierte, tan pronto como tiene que hablarnos de otras relaciones entre los hombres que no sean las simples relaciones sexuales, en un pensador completamente abstracto. Por la forma, Feuerbach es realista, arranca del hombre; pero, como no nos dice ni una palabra acerca del mundo en que vive, este hombre sigue siendo el mismo hombre abstracto que llevaba la batuta en la filosofía de la religión. Pero, ¿cómo fue posible que el impulso gigantesco dado por Feuerbach resultase tan infecundo en él mismo? Sencillamente, porque Feuerbach no logra encontrar la salida del reino de las abstracciones. Para pasar del hombre abstracto de Feuerbach a los hombres reales y vivientes, no hay más que un camino: verlos actuar en la historia. Pero el paso que Feuerbach no dio, había que darlo; había que sustituir el culto del hombre abstracto, médula de la nueva religión feuerbachiana, por la ciencia del hombre real y de su desenvolvimiento histórico. Este desarrollo de las posiciones feuerbachianas, superando a Feuerbach, fue iniciado por Marx en 1845, con "La Sagrada Familia".

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