Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana - Engels
Engels
decide realizar una publicación en dónde se retomara la crítica a la
filosofía hegeliana y se reconociera la influencia que Feuerbach tuvo en
los escritos anteriores realizados por él y por Marx.
1848 fue un período especial, el de la preparación de Alemania para la revolución de 1848.
Lo
mismo que en Francia en el siglo XVIII, en la Alemania del siglo XIX,
la revolución filosófica fue el preludio de la politica. Aunque, fueron
muy distintas una de otra. Los franceses lucharon con toda la ciencia
oficial, con la Iglesia y hasta con el Estado. En Alemania en 1833 hubo
un hombre llamado Enrique Heine que vio lo que nadie alcanzaba a ver. La
hipótesis de Hegel de que todo lo real es racional y todo lo racional
es real implicaba una canonización de lo existente. para Hegel no todo
lo que existe es real sólo por el hecho de existir, sino que, el
atributo de la realidad sólo corresponde a lo que además de existir es
necesario. Hegel no reconoce como real, por el sólo hecho de dictarse,
una medida cualquiera de gobierno. Si aplicamos esta tesis al Estado
prusiano, podría interpretarse así: Este Estado es racional, ajustado a
la razón, en la medida en que es necesario, si nos parece malo y a pesar
de serlo sigue existiendo, lo malo del Gobierno tiene su justificación y
su explicación en lo malo de sus súbditos. Es decir, los prusianos de
esa época tenían el Gobierno que se merecían. Sin embargo, en 1789 la
monarquía francesa se había hecho tan irreal, tan despojada de toda
necesidad, tan irracional, que hubo de ser barrido por la gran
Revolución, de la que hegel hablaba siempre con el mayor entusiasmo.
Todo lo que un día fue real se torna irreal, pierde su necesidad, su
razón de ser, y el puesto de lo real que agoniza es ocupado por una
realidad nueva. Podría pensarse por lo tanto que todo lleva de antemano
el germen de lo irracional, es decir, que todo lo que existe merece
perecer. La historia, al igual que el conocimiento, no puede encontrar
jamás su remate definitivo en un estado ideal perfecto de la humanidad,
Todos los estadios históricos que se suceden no son más que otras tantas
fases transitorias en el proceso infinito de desarrollo de la sociedad
que va desde lo inferior a lo superior. Todas las fases son necesarias y
legímitimas, cada una va madurando y debe ceder paso a otra fase más
alta y así sucesivamente.
Sin embargo, Hegel buscaba construir un sistema filosófico, y éste debe tener siempre su remate en un tipo cualquiera de verdad absoluta.
Hegel habla de un momento en el que la humanidad cobra conciencia de la
idea absoluta y se halla en condiciones de poder implantar
prácticamente en la realidad esta idea absoluta. Es decir, el
conocimiento filosófico es aplicado a la práctica histórica. Este
contenido dogmático entra en contradicción con el método dialéctico y
el lado revolucionario de la teoría queda asfixiado por el peso de este
lado conservador.
Fue entre 1830 y 1840 cuando la filosofía hegeliana alcanzó la cumbre de su imperio exclusivo.
Quién
hiciese hincapié en el sistema de Hegel podía ser bastante convservador
tanto en el terreno de la política como de la religión, quién
considerase como primordial el método dialéctico, podía figurar en la
extrema oposición. Hegel, parecía inclinarse del lado conservador. A
fines de la década del ‘30, se produjo una escisión de la escuela
hegeliana en un ala izquierda: los jóvenes hegelianos. El conflicto se
dio porque para los materialistas lo único real es la naturaleza y en el
sistema hegeliano ésta representa tan sólo la enajenación de la idea
absoluta, como una degradación de la idea. El pensar y su producto
discursivo la idea son lo primario y la naturaleza lo derivado.
Fue entonces cuando apareció La esencia del cristianismo de Feuerbach.
Esta obra pulveizó de golpe la contradicción. La naturaleza existe
independientemente de toda filosofía, es la base sobre la que se
desarrollaron los hombres, que son también productos naturales. Fuera de
la naturaleza y de los hombres no existe nada. Los seres superiores que
nuestra imaginación religiosa ha forjado no son más que otros tantos
reflejos fantásticos de nuestro propio ser. La contradicción como sólo
tenía una existencia imaginaria quedaba resuelta. En aquel momento el
entusiamo fue general, al punto de que todos se consideraban
feuerbachianos.
En 1848 con la revolución, pasó también a segundo plano el propio F.
El gran problema cardinal de toda la filosofía, especialmente de la moderna, es el problema de la relación entre el pensar y el ser, entre el espíritu y la naturaleza. El problema de saber qué es lo primario si el espíritu o la naturaleza, revestía frente a la iglesia la forma agudizada siguiente: ¿El mundo fue creado por Dios o existe desde toda la eternidad? Los filósofos se dividían en dos grandes campos según la contestación que diesen a esa pregunta. Los que afirmaban que el espíritu era lo primero fueron los considerados idealistas, los que consideraban a la naturaleza como lo tal, materialistas.
Este
problema encierra otro aspecto: ¿Podemos en nuestras ideas formarnos
una imagen refleja exacta de la realidad? Esto se conoce con el nombre
de problema de la identidad entre el pensar y el ser.
La
trayectoria de F es la de un hegeliano que marcha hacia el materialismo
pero se atasca. Donde el verdadero idealismo de F. se pone de
manifiesto, es en su filosofía de la religión y en su ética. F. no
pretende en modo alguno acabar con la religión, quiere perfeccionarla.
La religión es para él, la relación sentimental, la relación cordial de
hombre a hombre. Su afirmación de que los períodos de la humanidad sólo
se distinguen por los cambios religiosos es falsa. Los grandes virajes
históricos sólo han ido acompañados
de cambios religiosos en lo que se refiere a las tres religiones
universales que han existido hasta hoy: el budismo, el cristianismo y el
islamismo. Las antiguas religiones tribales y nacionales nacidas
espontáneamente no tenían un carácter proselitista y perdían toda su
fuerza de resistencia en cuanto desaparecía la independencia de las
tribus y de los pueblos que las profesaban. Pero en el siglo XVIII,
cuando la burguesía fue ya lo bastante fuerte para tener también una
ideología propia, acomodada a su posición de clase, hizo su grande y
definitiva revolución, la revolución fgrancesa, bajo la bandera
exclusiva de ideas jurídicas y políticas, sin preocuparse de la religión
más que en la medida en que le estorbaba; pero no se le ocurrió poner
una nueva religión en lugar de la antigua. La única religión que
Feuerbah investiga seriamente es el cristianismo, la religión universal
del Occidente, basada en el monoteísmo. Feuerbach demuestra que el Dios
de los cristianos no es más que el reflejo imaginativo, la imagen
refleja del hombre. Pero este Dios es, a su vez, el producto de un largo
proceso de abstracción, la quintaesencia concentrada de los muchos
dioses tribales y nacionales que existían antes de él. Congruentemente,
el hombre, cuya imagen refleja es aquel Dios, no es tampoco un hombre
real, sino que es también la quintaesencia de muchos hombres reales, el
hombre abstracto, y por tanto, una imagen mental también. Este Feuerbach
que predica en cada página el imperio de los sentidos, la sumersión en
lo concreto, en la realidad, se convierte, tan pronto como tiene que
hablarnos de otras relaciones entre los hombres que no sean las simples
relaciones sexuales, en un pensador completamente abstracto. Por la
forma, Feuerbach es realista, arranca del hombre; pero, como no nos dice
ni una palabra acerca del mundo en que vive, este hombre sigue siendo
el mismo hombre abstracto que llevaba la batuta en la filosofía de la
religión. Pero, ¿cómo fue posible que el impulso gigantesco dado por
Feuerbach resultase tan infecundo en él mismo? Sencillamente, porque
Feuerbach no logra encontrar la salida del reino de las abstracciones.
Para pasar del hombre abstracto de Feuerbach a los hombres reales y
vivientes, no hay más que un camino: verlos actuar en la historia. Pero
el paso que Feuerbach no dio, había que darlo; había que sustituir el
culto del hombre abstracto, médula de la nueva religión feuerbachiana,
por la ciencia del hombre real y de su desenvolvimiento histórico. Este
desarrollo de las posiciones feuerbachianas, superando a Feuerbach, fue
iniciado por Marx en 1845, con "La Sagrada Familia".
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