La
 teoría del fetichismo de la mercancía se expone ante todo en la primera
 sección de El Capital. Encontramos dos ideas en este texto que 
prosperaron: por un lado por la idea de la reificación del mundo burgués en las formas de mercantilización generalizada de las actividades sociales, por otro, el programa de un análisis del modo de sujeción implicado en el proceso de intercambio. 
Las
 mercancías producidas e intercambiadas, que son objetos materiales 
útiles, poseen también otra cualidad inmaterial: su valor de cambio. Los
 hombres deben buscar en las leyes objetivas de la circulación de las 
mercancías, los medios de satisfacer sus necesidades. El valor de cambio
 se presenta como un precio, como una relación de intercambio al menos 
virtual con una cantidad de dinero. Por lo tanto, el dinero parece ser 
el valor de cambio mismo y poseer a la vez intrínsicamente la facultad 
de comunicar a las mercancías que “se relacionan con él” esa virtud que 
lo caracteriza. Esta relación del dinero con las mercancías es 
completamente indiferente a la personalidad de los individuos. 
Por
 lo tanto hay que reducir estos fenómenos (valor de cambio como 
propiedad de los objetos, autonomía del movimiento de las mercancías y 
los precios) a una causa real que está enmascarada o cuyo efecto está 
invertido. Marx se propone resolver el enigma de las fluctuaciones del 
valor, reduciéndolo a una “medida invariable” que es el tiempo de 
trabajo necesario para la producción de cada mercancía. El fetichismo 
entonces, constituye la manera en que la realidad no puede dejar de 
aparecer. La primer crítica es disolver la apariencia de objetividad del
 valor de cambio, es decir, lo que se presenta como una relación cuantitativa dada, es en realidad la expresión de una relación social.
 M. compara la manera en que se efectúa el reparto del trabajo 
socialmente necesario en diferentes modos de producción del pasado. 
Surge entonces que, o bien esas relaciones de producción son libres o 
igualitarias, o bien son opresivas y se basan en relaciones de fuerza, 
pero en todos los casos, las relaciones sociales que las personas tienen
 entre sí en sus trabajos, aparecen como sus propias relaciones 
personales y no están disfrazas como relaciones sociales de las cosas, 
de los productos del trabajo. Esas sociedades, son sociedades de hombres
 iguales o desiguales, pero no sociedades de mercancías de las que los 
hombres no serían más que intermediarios.
A partir del doble carácter del trabajo
 (actividad técnica especializada que transforma la naturaleza con 
vistas a producir ciertos objetos de uso y gasto de fuerza humana física
 e intelectual en gral, lo que Marx llama trabajo concreto y abstracto,
 es decir, las caras individual y colectiva de una misma realidad) se 
trata de mostrar cómo las mismas mercancías producidas se convierten en 
objetos dobles dotados de utilidad y valor. En segundo lugar, hay que 
mostrar de qué manera la magnitud de valor de una mercancía puede 
expresarse en la cantidad de la otra, cosa que es propiamente el valor 
de cambio. Por último, se trata de mostrar cómo se materializa esta 
función en un tipo de objeto determinado (metales preciosos). La otra 
cara de esta materialización es un proceso de idealización constante del
 material monetario ya que éste sirve para expresar una forma universal. 
Este
 razonamiento de Marx es una de las grandes exposiciones filosóficas de 
la formación de las idealidades o los universales y de la relación que 
estas entidades abstractas mantienen con las prácticas humanas. 
Desde
 el punto de vista de M, dos cosas son importantes: por un lado su 
oposición constante al monetarismo, demostrar que el enigma del fetiche 
dinero no es más que el del fetiche mercancía. La otra, funda la crítica
 de la economía política: la idea de que las condiciones que hacen 
necesaria la objetivación “fetichista” de la relación social son 
íntegramente históricas. Surgen con el desarrollo de una producción 
“para el mercado” cuyos productos sólo alcanzan su destino final (el 
consumo) a través de la compra y la venta. Con el capitalismo sin 
embargo ésto se universaliza. La transparencia de las relaciones 
sociales no será entonces una condición espontánea como en las 
sociedades primitivas sino una construcción colectiva.
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