lunes, 20 de febrero de 2012

Laclau - Muerte y resurrección de la teoría de la ideología, en Misticismo, retórica y política.


Comienza su texto citando a Zizek y su ensayo sobre las teorías de la ideología. Él afirma que la frontera que separa a lo ideológico de lo no ideológico se desdibuja y el concepto de ideología pierde toda precisión analítica. Es precisamente el grado cero de lo ideológico, de su presunta realidad extra- discursiva lo que constituye la falsedad por excelencia de la ideología.  

Laclau recupera la noción de ideología pero sometiéndola a una profunda reformulación.  Es decir, se encuentra dispuesto a seguir utilizando la noción de ideología pero a condición de que ese concepto sea redefinido.  Por empezar, ha habido una crisis de la noción de ideología, que tiene que ver básicamente con dos cosas: hay por un lado una crisis de los objetivismos en general, que ha afectado al marxismo y, por ende, a la noción de ideología que tiene su raíz en el marxismo; y, por otro lado, porque ya no se cree que exista un metalenguaje privilegiado que sea capaz de desenmascarar la distorsión ideológica.  Está aludiendo a la crisis de la ciencia.  Sabemos que con Althusser lo que se había convertido en lo contrario de la ideología era la ciencia, sobre todo, como la entendía Althusser, la ciencia del materialismo histórico.  Esa ciencia era capaz de desenmascarar las operaciones ideológicas desde un lugar de privilegio.  En este sentido, la ciencia aparecía como un metalenguaje privilegiado.  Esa posibilidad ha sido puesta en entredicho.  Ya no se cree que haya ningún metalenguaje privilegiado ni ninguna ciencia capaz de develar las operaciones ideológicas.

Por otro lado, dice Laclau, también refiriéndose a Althusser, se distinguen niveles en toda formación social: lo económico, lo político y lo ideológico.  Pero, luego, se cayó en la cuenta de que los mecanismos ideológicos eran esenciales para la estructuración de los niveles económico y político, es decir, que lo ideológico también estaba presente en esas instancias.  También era constitutivo de esas instancias.  Para él, no tenemos posibilidad de escapar al juego que la interpelación ideológica implica. La ideología sufrió un proceso de inflación: estaba en todos lados y, entonces, perdió peso analítico y fue abandonada. O bien abandonada o reemplazada por términos menos ligados a posturas objetivistas, como la noción de discurso.  La noción de ideología es reemplazada por la noción de discurso, que tiene otras connotaciones.

Laclau dice que estaría dispuesto a admitir el sostenimiento de esta categoría de lo ideológico si se piensa de otra forma: ideológico serían todos los mecanismos que posibilitan la ilusión de un cierre de los social.  Se trata de una distorsión que es constitutiva, es decir, es inescapable.  Es una operación imposible pero al mismo tiempo necesaria. Siempre se presenta inevitablemente esta distorsión que consiste en la ilusión de un cierre social, una sutura de lo social.  Este es el efecto ideológico, la creencia en que hay un ordenamiento social particular que aportará al cierre y la transparencia de la comunidad.

¿En qué consiste la operación hegemónica?  En que una de esas demandas se convierte en representativa de todo el conjunto.  En eso consiste lo que Laclau ha venido explicando a lo largo de la teoría de la hegemonía: una demanda que es particular se convierte en un significante que es tendencialmente vacío y representa al conjunto de las demandas.  Esto se puede hacer de muchas maneras: puede ser una figura política la que se convierta en significante vacío y se convierta en un representante del conjunto de las demandas (Ej. Perón).  Una demanda particular representa al conjunto y esa es la articulación que lleva adelante una operación hegemónica. 

Esta es una situación ideal, porque lo que generalmente ocurre en los procesos políticos es que hay operaciones hegemónicas que rivalizan entre sí y que trazan distintas fronteras: no hay simplemente una división dicotómica del campo político en dos grandes bandos (jacobina).  Normalmente, hay otras fuerzas políticas y sociales operando que llevan adelante operaciones hegemónicas contrapuestas y trazan otras fronteras, hacen otro corte.  Y ahí aparece la posibilidad de que una demanda esté articulada a distintas cadenas equivalenciales: unas articulan de una forma y otras de una manera distinta. 

Ahora, en esta operación de que algo singular representa a algo universal, ahí estaría la ilusión ideológica para Laclau.  Los mecanismos ideológicos son aquellos que permiten la ilusión del cierre de lo social, que permiten representar una plenitud imposible, ausente de la comunidad.  Es este mecanismo.  Para que esta demanda logre representar toda una cadena de equivalencias, ha operado la ilusión ideológica. La ideología suponía un punto extra – ideológico. Pero lo extra-ideológico no existe.

Frente al régimen zarista, por ejemplo, la respuesta es revolución, y la revolución como significante vacío representa la plenitud de la comunidad.  Esa ilusión de alcanzar el cierre, la sutura de lo social es constitutiva, o sea, es inescapable, va a ocurrir siempre; por eso, no hay ninguna posibilidad del fin de las ideologías.  La ideología así entendida, para Laclau, existirá, siempre.  Que la ideología desaparezca es algo imposible, es algo que no se puede dar.  Siempre habrá un juego combinado de las lógicas de la equivalencia y la diferencia y siempre habrá la ilusión de que una particularidad puede representar a una universalidad que, en realidad, es inconmensurable con ella.

Laclau – Hegemonía y estrategia socialista


Laclau es argentino, estudió filosofía.  Militante del Partido Socialista de la Izquierda Nacional.  Esta experiencia de militancia política en Argentina lo marcó fuertemente.  Particularmente, con el fenómeno del peronismo. Hegemonía y estrategia socialista (1985) es la obra fundamental.  Lo fundamental de la propuesta teórica de Laclau está en ese libro y lo esencial del libro está en el capítulo tres.

Laclau ha sido caracterizado como un pos-marxista.  Él no se ha llamado a sí mismo de tal manera, pero ha terminado asumiendo esta caracterización.  Acepta ser pos-marxista si eso quiere decir que proviene del marxismo, pero también que quiere ir más allá.  Laclau se llama a sí mismo anti-esencialista.  Reconoce distintas influencias: hay una influencia importante de Derrida en Laclau, sobre todo, en la propuesta de deconstrucción, y también influencias de Lacan.  De él toma el concepto de point de capiton, que Laclau llamará puntos nodales.  También en la concepción de sujeto, Laclau está influencia por la perspectiva de Lacan. 

Cuando Laclau afirma que adopta una postura anti-esencialista es en el sentido que lo plantea Derrida en La escritura y la diferencia. Impuso un punto de vista relacional.  La importancia de pensar los distintos problemas como jugos de relaciones. Saussure también plantea un sistema relacional cuando define la noción de valor. La lengua para él es un sistema donde ningún término se puede definir positivamente.  Cada elemento se define por su relación con otros elementos.  Adquiere un valor diferencial.  Sin embargo Laclau critica esta concepción por ser un sistema cerrado.

 Laclau dice que tiene una postura anti-esencialista y critica al marxismo clásico por esencialista, por ejemplo, cuando plantea la determinación en última instancia por lo económico.  Por ejemplo: cuando piensa las clases sociales como constituidas de antemano, según la relación que los distintos agentes tienen en las relaciones sociales de producción.  O sea, cuando el marxismo plantea una identidad de clase que es anterior y exterior a los procesos sociales y políticos, está planteando una concepción esencialista.  A esto se va a oponer Laclau y va a decir que todas las identidades sociales se definen relacionalmente.  Toda identidad social o política es una construcción discursiva por la cual se define de un modo no necesario sino contingente.  La identidad de los distintos agentes sociales y políticos.  Por lo tanto, toda identidad es precaria, implica una fijación transitoria del sentido.
 
Laclau aclara que es necesario un antagonista para que se constituya un espacio político, pero no está establecido de antemano.  Lo que Laclau quiere llevar adelante es una especie de deconstrucción del marxismo, donde quiere eliminar los riesgos esencialistas que hay del marxismo y quiere plantear una concepción de la política donde no hay necesariedad sino contingencia, donde lo social no está concebido a priori, como un espacio cerrado, sino que lo social es concebido como abierto.  Hay una apertura constitutiva de lo social.
 
En ese marco, es que va proponiendo una serie de categorías.  Por ejemplo, la categoría de articulación.  Es una categoría muy importante.  La articulación es una práctica.  Él habla de prácticas articulatorias.  Son prácticas discursivas en el sentido amplio que le da Laclau a la noción de discurso.  El discurso consiste en prácticas articulatorias que organizan determinados elementos, que contraen relaciones recíprocas entre sí a partir de esa articulación. 

Aquí es importante detenerse en la diferencia entre articulación y mediación.  Si los elementos son considerados, en realidad, momentos necesarios de una totalidad que los trasciende, no estamos hablando de articulación sino de mediación.  Eso es lo que plantea Hegel.  ¿Por qué remite a Hegel?  Por la influencia que Hegel tuvo sobre el marxismo.  Piensen cómo está concebida la historia desde el marxismo clásico: la historia humana es dialéctica.  La historia humana es la historia de la lucha de clases.  Esto es un (a priori) para el marxismo.  Se va a dar a lo largo de la historia el desarrollo de distintos modos de producción.  Habrá una contradicción entre las fuerzas productivas.  Habrá un estallido.  Son todos momentos necesarios de la dialéctica.

Laclau dice que la articulación es contingente y no necesaria.  La construcción del terreno político es una construcción discursiva que da como resultado relaciones contingentes entre identidades que son precarias.  Laclau dice que para que haya articulación, nunca tiene que haber una transición absoluta de los elementos a momentos.  Y agrega una cuestión que aparece también a lo largo del texto: La sociedad es un objeto imposible, porque por un lado no se puede definir positivamente: no se puede decir que la sociedad es esto, porque la sociedad carece de esencia.  No se puede decir de antemano qué es lo que es.  La sociedad no es una totalidad ya plenamente constituida.  Hay una apertura de lo social.  Frente a esa apertura, aparecen distintos órdenes sociales.  Se construye un orden social.  Un orden social es un intento precario de fijación del sentido, de fijación de las identidades pero es un intento a la larga fallado, porque hay una apertura constitutiva de lo social.  Ese concepto de sutura lo toma del psicoanálisis y es un concepto que está implícito en Lacan.  Hablaba de sutura planteando que hay una falta originaria.  Esa falta originaria, ese vacío constitutivo, esa imposibilidad de plenitud de la sociedad, es lo que las prácticas hegemónicas van a intentar llenar.  Hay una totalidad ausente, hay un deseo de plenitud de la comunidad que nunca se concreta pero que es deseada y las prácticas hegemónicas intentan suturar esa falta originaria.

Hay referencias a Althusser.  Laclau reivindica, sobre todo, el concepto althusseriano de sobredeterminación, y dice que es un concepto fundamental.  El problema es que Althusser no lo llevó hasta sus últimas consecuencias y cayó en contradicción porque hablaba de sobredeterminación y, al mismo tiempo, siguió hablando de determinación en última instancia por lo económico y estos dos planteos son inconciliables. Dice Laclau que la mayor importancia de ese concepto está tomado del psicoanálisis.  Proviene de Freud.  Está planteado en La interpretación de los sueños.  Cuando uno afirma que todo lo social está sobredeterminado lo que está diciendo es que lo social se constituye como orden simbólico, que es justamente lo que él está tratando de plantear: la constitución discursiva de lo social. 
Que todas las relaciones sociales están sobredeterminadas, significa que no tienen una literalidad última, que estamos siempre en presencia de formas precarias de fijación, propias de un cierto orden social, que será reemplazado por otro. 

Una y otra vez se encuentra en Laclau una crítica y una concepción de la política vinculada a una posición racionalista, es decir, pensar que los agentes se constituyen en torno a intereses y que negocian o luchan en función de esos intereses de un modo transparente.  Laclau se va a oponer a este punto de vista porque implicaría una constitución a priori de las identidades de los agentes que se agruparon alrededor de esos intereses objetivos. 

Laclau tiene una concepción muy amplia de discurso.  En algún momento dice: mi concepción del discurso es similar a la idea de juegos de lenguaje.  Laclau se propone distinguir palabras de acciones.  Lo discursivo no es lo lingüístico.  Discurso para Laclau es la totalidad estructurada que resulta de las prácticas articulatorias que organizan y constituyen las relaciones sociales.  Critica a Foucault por sostener la existencia de algo que es extra discursivo.  No hay, dice Laclau, prácticas discursivas y no discursivas.  Ningún objeto se constituye al margen de una superficie discursiva de emergencia.  Y da un ejemplo: esto no tiene nada que ver con la alternativa realismo – idealismo.  No es que yo soy un idealista que niega la realidad de las cosas.  En realidad, no pasa por ahí.  Un terremoto es algo que existe y algo que se da con absoluta independencia de mi voluntad.  Nadie niega eso.  Ahora, que yo lo asuma como un fenómeno natural, que tiene que ver con desplazamientos de las capas tectónicas o que lo tome como una expresión de la ira de los Dioses, eso depende de un campo discursivo.   Y no hay manera de convertir al terremoto en objeto si no es poniéndolo en relación con un campo discursivo.  Eso es lo que quiere decir cuando afirma que ningún objeto se constituye al margen de la superficie discursiva de emergencia. Discurso es una categoría abstracta.  Lo que existen son formaciones discursivas.

Laclau dice que así como no es posible la fijación absoluta del sentido, tampoco es posible una no fijación absoluta.  Si hablamos de subvertir el sentido, es porque estamos postulando que existe algún sentido, o sea, existen puntos nodales, esto es, fijaciones parciales del sentido.  Ciertos significantes privilegiados que fijan el sentido de la cadena.  El que no fija ningún sentido es el psicótico.  En el discurso del psicótico no hay ninguna fijación parcial del sentido.  Pero lo que ocurre normalmente, es que hay fijaciones parciales (point de capiton lacaniano). Los puntos nodales significan concentraciones parciales de poder.  En un análisis de un escenario político es fundamental establecer cuáles son los puntos nodales hegemónicos, sabiendo que puede haber varios. 

A lo que quiere llegar, en definitiva, Laclau es a una redefinición de la categoría gramsciana de hegemonía.  Implica una reelaboración, reformulación del concepto.  Ahora, para que haya prácticas articulatorias que den lugar a operaciones hegemónicas, tiene que haber necesariamente significantes flotantes.  Laclau a veces habla de significantes flotantes y a veces de significantes vacíos.  Esto puede confundir: en realidad lo que termina diciendo es que significante vacío y flotante son las dos caras de una misma operación de significación.  Es una distinción analítica. 

En principio, parecen querer decir cosas diferentes: un flotante tiene un exceso de sentido.  Es flotante porque puede ser articulado a una cadena de significantes o a otras.  En principio, un significante vacío es un significante sin significado.  Para que haya flotación, el significante tiene que ser tendencialmente vacío.  Si está lleno, es decir, si está adherido a un significado no puede haber flotación.  Tiene que ser tendencialmente vacío para que se lo pueda articular a una u otra cadena.  Entonces por eso hablar de significante vacío y flotante es hablar de las dos caras de un mismo proceso de significación.

No hay práctica hegemónica sin significantes vacíos.  Práctica hegemónica es una construcción de puntos nodales.  El significante vacío, en sentido estricto, se está vaciando de sentido y que tenga esa tendencia es lo que le permite ser flotante, es decir, articularse a una cadena o a otra.  Hay que ver a qué cadena significante se articula y cómo queda redefinido.
 
El significado es contextual, o sea, el significado de un término es diferencial y sólo se puede establecer poniéndolo en relación con otros términos; por lo tanto, en sentido estricto, es incorrecto decir que un flotante en sí mismo es flotante o vacío.    Hay que ver a qué cadena se articula y qué papel está jugando. Laclau da el ejemplo de Perón, el nombre de Perón, como significante vacío.  En los ’60 el nombre de Perón se había constituido en significante vacío, es decir, articulaba una serie de demandas frente a un antagonista que era el régimen represivo y frente a esas múltiples demandas, cada una de esas demandas es una demanda particular, pero como todas se oponen a un antagonista, se convierten en equivalentes.  Equivalentes en tanto opuestas al antagonista.

Equivalencia y diferencia.  En la constitución de los espacios políticos, en la estructuración de los espacios políticos intervienen de manera distinta estas dos lógicas: la lógica de la equivalencia y la lógica de la diferencia. La lógica de la equivalencia es una lógica de simplificación del campo político, o sea, convierte una serie de demandas particulares – cada una distinta, diferente de la otra – en equivalentes, frente a un antagonista.  La noción de antagonismo es crucial en Laclau, no hay práctica hegemónica sin antagonismo.  La existencia del antagonismo es lo que permite que se desarrolle esta lógica de la equivalencia.  Cuando predomina en la construcción del espacio político la lógica de la diferencia lo que ocurre es que proliferan las demandas particulares y el sistema trata de absorberlas una a una y darles respuestas tratando de que no pierdan su particularidad, es decir, que no se vuelvan equivalentes.  El ejemplo más claro que da Laclau es la constitución, sobre todo en Europa, tras la finalización de la Segunda Guerra, del Estado de Bienestar.  El Estado de Bienestar trataba de dar respuesta a las distintas demandas sociales que iban surgiendo.  Que el sistema absorba esas demandas y que esas demandas no se volvieran equivalentes de manera que se constituya un sujeto popular, un pueblo.  La constitución de un pueblo tiene que ver con la lógica de la equivalencia.  Por ejemplo: el pueblo vs. La oligarquía.  Al mismo tiempo que se construye un pueblo, se está construyendo un adversario, por ejemplo, la oligarquía, y una cosa no se puede dar sin la otra, sin esa frontera porque ambas identidades son relacionales.  Se definen recíprocamente.

La lógica de la diferencia trata de eliminar el papel de los antagonismos.  Pero Laclau dice que nunca se puede imponer de modo absoluto ni la lógica de la equivalencia ni la lógica de la diferencia, sino que siempre operan entremezcladas.  En las prácticas hegemónicas intervienen tanto una lógica como otra.  Si alguna de las dos se impusiera de un modo absoluto, lo cual para Laclau es imposible, sería el fin de la política.  Por ejemplo: si se impone la lógica de la diferencia, no habría política sino administración.  No habría posibilidad de construir un adversario y, sin efecto de frontera, no hay diferencia, hay pura equivalencia.

Respecto del sujeto, critica la concepción que hace de él un agente racional y transparente a sí mismo y critica también a la concepción que ve en él el origen y fundamento de las relaciones sociales. Piensa en Lacan y también cuando habla del sujeto: no hay sujetos que sean origen del sentido, sino posiciones del sujeto que se constituyen en el interior de una formación discursiva.  Si toda posición de sujeto es una posición discursiva, el análisis no puede prescindir de las formas de sobredeterminación de unas posiciones por otras, del carácter contingente. En el análisis implica un primer momento, el de la dispersión, en una segunda etapa es necesario mostrar las relaciones de sobredeterminación que se establecen entre las mismas. Por ejemplo, el conjunto de prácticas sociales, instituciones y de discursos que producen a la mujer como categoría, no están completamente aislados, se refuerzan mutuamente y actúan unos sobre los otros. Por lo tanto, la categoría de sujeto está penetrada por el mismo carácter polisémico, ambiguo e incompleto que la sobredeterminación acuerda a toda identidad discursiva. Ninguna posición de sujeto logra consolidarse como posición separada, siempre hay un juego de sobredeterminación entre las mismas.

El antagonismo es lo que revela los límites de toda objetividad.  La presencia del otro, del antagonista me impide ser yo mismo; pero tampoco el otro tiene una identidad plena: el ser del otro es un símbolo de mí no ser.  Volvemos a la definición relacional de las identidades.  Plantea Laclau que no necesariamente hay un único antagonista.  Puede haber múltiples antagonistas en lo social, y la producción de efectos de frontera es el principal problema político, es decir, la construcción del adversario. 
No hay que pensar que ese exterior que es antagonista y que posibilita la constitución de la hegemonía suponga un extra discurso.  Son otros discursos.  Pero, ¡cuidado!, discurso quiere decir una totalidad donde son inescindibles las palabras, las acciones, las prácticas.
Sin la apertura de lo social no habría hegemonía.  Dice Laclau que la hegemonía es la construcción discursiva que intenta instituir puntos nodales en un espacio social no suturado.  No intenta dar cuenta de todas las situaciones que se dieron a lo largo de la historia, sino que, en realidad, la articulación hegemónica tiene dos condiciones para que se dé: La presencia de fuerzas antagónicas y la inestabilidad de las fronteras que separan a esas fuerzas antagónicas.  Que las fronteras pueden desplazarse, moverse; que es como decir tienen que existir significantes vacíos para que haya articulación hegemónica. El poder no es nunca fundacional. El problema del poder no puede plantearse en términos de la búsqueda de la clase o el sector dominante que constituye el centro de una formación hegemónica.

En el Medioevo no había prácticas hegemónicas en el sentido en el que Laclau lo plantea.  Había diferencias de poder muy marcadas pero no había una inestabilidad de fronteras.  No había un desplazamiento en la construcción del adversario.  Había más repetición que otra cosa.  La articulación hegemónica se da con la Modernidad, del modo en que Laclau la define.  Porque hegemonía, en definitiva, es una forma de la política, entre otras formas posibles.

A Laclau le interesa mucho hacerle un lugar a las luchas de los nuevos movimientos sociales, es decir, tomar especialmente en cuenta a los movimientos feministas, las luchas en torno de las reivindicaciones de género, a los movimientos ecologistas, que luchan por la preservación del medio ambiente, a los movimientos anti – racistas, a los movimientos de gays y lesbianas, que luchan por el respeto de las distintas inclinaciones sexuales.  Laclau dice que lo que hay que construir es una nueva hegemonía que cree equivalencias entre las diferentes luchas democráticas: feminismo, ecologismo, etc.  Laclau termina el prefacio en la edición a la segunda edición (veinte años después de escrito Hegemonía y estrategia socialista), diciendo que la consigna debe ser construir una nueva hegemonía.

La característica de la operación hegemónica tiene que ver con que, por un lado, hay demandas particulares que son diferentes pero, frente a un antagonista, se vuelven equivalentes y una pasa a representar al conjunto.  Por un lado, sigue siendo una particularidad pero, por otro lado, representa a una universalidad.  Es una identidad doble.  Aquí vemos cómo opera la lógica de la diferencia y la lógica de la equivalencia.  La hegemónica significa que una de esas demandas particulares pasa a representar al conjunto.

Laclau - Posmarxismo sin pedido de disculpas


El hecho de que cualquier reformulación del socialismo deba hoy partir de un horizonte de experiencias más diversificado, complejo y contradictorio que el de hace cincuenta años —ni que hablar del de 1914, 1871 o 1848— es un desafío a la imaginación y a la creatividad política.

El texto responde también a las críticas realizadas por Geras. Aclara que el término discurso, lo usa para subrayar el hecho de que toda configuración social es una configuración significativa. Si pateo un objeto esférico en la calle o si pateo una pelota en un partido de fútbol, el hecho físico es el mismo, pero su significado es diferente. El objeto es una pelota de fútbol sólo en la medida en que él establece un sistema de relaciones con otros objetos, y estas relaciones no están dadas por la mera referencia material de los objetos sino que son, por el contrario, socialmente construidas. Esta totalidad que incluye dentro de sí a lo lingüístico y a lo extra- lingüístico, es lo que llamamos discurso. Por discurso no entendemos una combinación de habla y de escritura, sino que, por el contrario, el habla y la escritura son tan sólo componentes internos de las totalidades discursivas. Este conjunto sistemático de relaciones es lo que llamamos discurso. El carácter discursivo de un objeto no implica en absoluto poner su existencia en cuestión. El hecho de que una pelota de fútbol sólo es tal en la medida en que está integrada a un sistema de reglas socialmente construidas no significa que ella deja de existir como objeto físico.

Los hechos naturales son también hechos discursivos. Y lo son por la simple razón de que la idea de naturaleza no es algo que esté allí simplemente dado, para ser leído en la superficie de las cosas, sino que es ella misma el resultado de un lenta y compleja construcción histórica y social. Denominar a algo como objeto natural es una forma de concebirlo que depende de un sistema clasificatorio. Una vez más, esto no pone en cuestión el hecho de que esta entidad que llamamos “piedra” exista, en el sentido de que esté presente aquí y ahora, independientemente de mi voluntad; no obstante, el hecho de que sea una “piedra” depende de un modo de clasificar los objetos que es histórico y contingente.

Geras escribe que todo objeto es constituido como objeto de discurso significa que todos los objetos reciben su ser, o son lo que son, gracias al discurso; lo que equivale a decir que no hay objetividad o realidad prediscursiva, que los objetos acerca de los cuales no se habla, escribe o piensa no existen. Es decir, que Geras está incurriendo en una confusión elemental entre el ser de un objeto, que es histórica y cambiante, y la entidad de tal objeto, que no lo es. En nuestro intercambio con el mundo los objetos nunca nos son dados como entidades meramente existenciales, ellos se nos dan siempre dentro de articulaciones discursivas. como miembro de una cierta comunidad, nunca me encontraré con el objeto en su nuda existencia —tal noción es una mera abstracción; esa existencia se dará siempre, por el contrario, articulada dentro de totalidades discursivas. El segundo error en el que Geras incurre es el de reducir lo discursivo a una cuestión de habla, escritura o pensamiento, mientras que nuestro texto afirma explícitamente que, en la medida en que toda acción extralingüística es significativa, ella es también discursiva.

Otra de las críticas es que negar la existencia de puntos de referencia extradiscursivos es caer en el abismo sin fondo del relativismo. El relativismo es, en los hechos, un falso problema. Sería relativista una posición que afirmara que es lo mismo pensar que “A es B” o que “A no es B”; es decir, que se trata de una discusión relativa al ser de los objetos. Sin embargo, como hemos visto, fuera de todo contexto discursivo los objetos no tienen ser; tienen sólo existencia. En consecuencia, la acusación del anti-relativista carece de sentido, ya que ella presupone que hay un ser de las cosas como tales respecto del cual el relativista proclama o bien su indiferencia o bien su inaccesibilidad.  Concluyamos este punto identificando el estatus del concepto de discurso. Si el ser —a diferencia de la existencia— de todo objeto se constituye en el interior de un discurso, no es posible diferenciar en términos de ser lo discursivo de ninguna otra área de la realidad. 

La cuarta crítica de Ceras se refiere al problema del idealismo. La oposición idealismo/materialismo es diferente de la oposición idealismo/realismo. (2) Idealismo y materialismo clásicos son variantes de un esencialismo fundado en la reducción de lo real a forma. Por consiguiente, Hegel está perfectamente justificado al ver en el materialismo una forma cruda e imperfecta de idealismo. (3) Un abandono del idealismo no puede fundarse en la existencia del objeto, porque nada se sigue de esta existencia. (4) Tal abandono debe, por el contrario, fundarse en un sistemático debilitamiento de la forma, que consiste en mostrar el carácter histórico, contingente y construido del ser de los objetos y en mostrar que esto depende de la reinserción de ese ser en el conjunto de las condiciones relacionales que constituyen la vida de la sociedad como un todo. (5) En este proceso, Marx constituye un momento de transición: por un lado él mostró que el sentido de toda realidad humana se deriva de un mundo de relaciones sociales mucho más vasto que lo que anteriormente se había percibido: pero, por otro lado, concibió a esta lógica relacional que liga a las varias esferas en términos claramente esencialistas o idealistas.

Así se aclara un primer sentido de nuestro posmarxismo. El consiste en profundizar ese momento relacional que Marx, pensando desde una matriz hegeliana y, en todo caso, propia del siglo XIX, no podía desarrollar más allá de un cierto punto. En una era en que el psicoanálisis ha mostrado que la acción del inconsciente hace ambigua a toda significación, en que el desarrollo de la lingüística estructural nos ha permitido entender mejor el funcionamiento de identidades puramente relacionales, en que la transformación del pensamiento —de Nietzsche a Heidegger, del pragmatismo a Wittgenstein— ha socavado decisivamente al esencialismo filosófico, podemos reformular el programa materialista de un modo mucho más radical de lo que era posible para Marx.

Por último reafirma el carácter relacional y precario de la identidad, no hay nada que determine la identidad de un sujeto o un objeto.