Las revoluciones de 1848: el esperado preludio de la revolución proletaria
"Un
espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo", estas son
las palabras escritas por Marx y Engels en el primer párrafo de El Manifiesto Comunista.
"Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las
potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los
radicales franceses y los polizontes alemanes". Proféticamente, el día
de la publicación en Londres de El Manifiesto Comunista, Europa resplandecía con la revolución.
El
rey Luis Felipe de Francia abdicó inmediatamente. Guizot, el primer
ministro francés, fue destituido y el príncipe Matternich de Austria
caía semanas después. Marx y Engels esperaban que la revolución fuera
algo así como el "esperado preludio de la revolución proletaria".
Rápidamente, dieron la bienvenida a la revolución que estalló primero en
Francia el 24 de febrero de 1848.
Después de un período prolongado de reacción tras la derrota de las revoluciones de 1830, las
masas revolucionarias de París, con armas y banderas rojas en la mano,
tomaron las calles, construyeron barricadas, echaron a la monarquía y
obligaron al gobierno provisional a declarar la república.
El trabajador Guibert irrumpió en la Cámara blandiendo una pistola,
interrumpió abruptamente el debate con las siguientes palabras: "No más
debates, nosotros somos los amos".
Fueron los trabajadores y la clase media baja los que impulsaron la revolución. La burguesía, que finalmente ganó con la revolución, no esperaba ni quería este resultado. "Queríamos saltar peldaño a peldaño", dijo alguien, "pero nos obligaron a saltar todo un tramo de escaleras".
Sobre todo, la burguesía temía a la clase obrera, que planteaba sus propias reivindicaciones de clase independientes:
derecho al trabajo, salario mínimo, reducción de la jornada laboral,
pensiones para los incapacitados, creación de empresas, educación
universal obligatoria, sufragio universal, impuestos progresivos y otras
reivindicaciones de la clase obrera. La clase obrera no confiaba en los diputados burgueses que sólo querían un acomodo junto a la monarquía.
Como resultado de esta situación, en los muros de París se podían ver
carteles revolucionarios apelando a las masas: "¡Mantened vuestras
armas!"
La nueva administración republicana burguesa
tuvo que incluir a dos socialistas en el gobierno, uno de ellos fue
Luois Blanc, un dirigente obrero muy popular. Su papel, sin embargo, fue
el de conciliador de clase, luchando por mantener al movimiento
revolucionario dentro de los límites legales aceptables. Bajo la presión
de las masas radicales, se introdujeron algunas reformas, incluida la
creación de talleres estatales, en realidad, una ayuda escasa para los
desempleados.
Las
elecciones a la asamblea constituyente se celebraron a finales de abril
y los partidos burgueses consiguieron muchos votos, en gran parte,
debido al apoyo del campesinado conservador que formaba el 84 por ciento
del electorado. El
nuevo gobierno no consiguió solucionar el sufrimiento de las masas e
intentó socavar la revolución atacando a los dirigentes obreros, particularmente a Blanqui y Cabet, por ser "comunistas". La confianza en el gobierno burgués se desvaneció.
Cada vez era más obvio que la creciente frustración preparaba un nuevo
enfrentamiento. El anuncio del gobierno de cerrar los talleres estatales
de París fue la gota que colmó el vaso. "La revolución de febrero
planteó el problema de la propiedad y el trabajo", afirmaba el
revolucionario Paul-Louis Deflotte. "Este problema debe ser resuelto".
Sin
embargo, el gobierno tenía sus propios planes para enseñar a los
trabajadores una lección. El 21 de junio se aprobó un decreto mediante
el cual se abolían los talleres nacionales. Ese día, los trabajadores de
París de nuevo se levantaron y construyeron barricadas por toda la
capital. Ondeaban banderas con las inscripciones: "¡Pan o muerte!" y
"¡Trabajo o muerte!" Era una insurrección de trabajadores despojada de
la atmósfera carnavalesca de la revolución de febrero. "La insurrección
va en aumento, convirtiéndose en la revolución más grande jamás
ocurrida", escribía Marx, "convirtiéndose en una revolución del proletariado contra la burguesía".
La lucha fue feroz. La contrarrevolución burguesa no daba tregua. Disparaban a los trabajadores como si fueran bestias salvajes. "La
burguesía, plenamente consciente de lo que estaba haciendo, llevó a
cabo una guerra de exterminio contra ellos". Después Marx cita a un
capitán de la guardia republicana que describe los acontecimientos del
23 y 24 junio. "El cañón respondió y hasta las nueve, las ventanas y los
muros quedaron destrozados por las ráfagas de artillería. El fuego era
terrible. La sangre brotaba a borbotones mientras al mismo tiempo se
producía una estruendosa tormenta. Hasta donde llegaba la vista, los
adoquines estaban rojos por la sangre... El número de muertos es enorme y
el de heridos aún mucho mayor". (Ibíd.,)
"El
coraje con el que han luchado los trabajadores es verdaderamente
maravilloso", escribía Marx. Durante tres días enteros, de 30.000 a
40.000 trabajadores fueron capaces de resistir frente a 80.000 soldados y
100.000 hombres de la guardia nacional.
Después
de casi una semana de batallas y combates callejeros, todo el poder del
estado fue utilizado para ahogar en sangre el movimiento. Se pusieron
en el orden del día los disparos y la tortura. Unos 15.000 murieron
asesinados o resultaron heridos, durante y después de la insurrección.
La clase dominante se vengó del movimiento independiente de los
trabajadores franceses. La reivindicación de los trabajadores "contenía
una amenaza al orden existente en la sociedad, los trabajadores que lo
plantearon aún estaban armados; por lo tanto, el desarme de los
trabajadores fue la primera orden de la burguesía, que estaba al timón
del Estado". (Engels).
Las
revoluciones de 1848 en esencia fueron democrático burguesas en cuanto a
las tareas que intentaban resolver. Su aspecto fundamental fue la
destrucción de las viejas estructuras feudales y la creación del estado
nacional independiente. Mientras
que Marx y Engels esperaban que esta revolución burguesa sería el
preludio inmediato de la revolución proletaria, dada la debilidad de la
Liga Comunista no tuvieron otra alternativa que formar en Alemana el ala
proletaria del movimiento democrático. Su objetivo era destruir el absolutismo y unir a los estados atrasados en una república democrática. Esto sólo se podría conseguir por medios revolucionarios. El periódico diario Neue Rheinische Zeitung,
editado por Marx, era el órgano de la revolución democrática pero, como
escribía Engels, de una "democracia que en todas partes insistía en
cada punto el carácter específico proletario". El periódico, que tuvo un
amplio apoyo, se convirtió en el verdadero punto de encuentro del
proletariado militante, el centro dirigente de la Liga Comunista.
No
sólo Marx y Engels lucharon por la independencia nacional de las
nacionalidades oprimidas, sino que además defendieron una postura
verdaderamente internacionalista. Había otras naciones oprimidas por los
reaccionarios estados alemanes, como los polacos en Prusia, los
italianos, los checos y otros en Austria, además del zarismo ruso. En
este momento el zarismo era la fuerza más contrarrevolucionaria de
Europa, de la misma manera que hoy lo es el imperialismo norteamericano.
Marx
y Engels criticaron enérgicamente la cobardía de los dirigentes
burgueses incapaces de apoyar las luchas de las naciones oprimidas como
eran los polacos, checos, húngaros e italianos contra el despotismo
prusiano y austriaco. La dirección de la revolución recaerá sobre la
clase obrera. "... no los burgueses alemanes cobardes sino los
trabajadores alemanes, ellos se levantarán y pondrán fin a toda la
suciedad, la confusión oficial del imperio alemán y con una revolución
radical restaurarán el honor de Alemania", explicaba Engels. "Alemania
se liberará en la medida que libere a las naciones vecinas".
La revolución estalló en Alemania el 18 de marzo con la luchas en cada ciudad y barricadas en Berlín y Viena. La
población ganó una serie de derechos democráticos pero el control pasó a
manos de la gran burguesía, que rápidamente traicionó la lucha.
A
partir de estas experiencias, Marx y Engels sacaron la idea de la
revolución permanente. La burguesía tenía más miedo a la clase obrera
que al despotismo feudal.
Cada vez jugaba un papel más contrarrevolucionario. Eran incapaces de
conseguir una verdadera unificación nacional, como demostró la historia.
Marx y Engels depositaron su confianza en la clase obrera. Ellos creían
que una revolución democrático-burguesa triunfante, bajo la dirección
de los trabajadores, se convertiría en el prólogo de la revolución
proletaria y la transformación de Europa. "Antes de que la reacción
pueda ser destruida en Italia y Alemania, debe ser derrotada en
Francia", explicaba Engels. "Una república social democrática primero se
debe proclamar en Francia y el proletariado francés primero debe subyugar a su burguesía antes de que sea concebible una victoria duradera de la burguesía en Italia, Alemania, Polonia, Hungría y otros países".
No hay comentarios:
Publicar un comentario