jueves, 2 de febrero de 2012

Resumen - Teórico de Voloshinov


El texto de Voloshinov es de 1927.  Hay suficientes referencias en el propio texto.  Voloshinov era parte del llamado Grupo de Bajtin.  Intenta una filosofía marxista del lenguaje en los años en los que el Stalinismo comienza a desplegarse en la URSS.  A Voloshinov y a Bajtin les va muy mal con el Stalinismo.  Caído el régimen de Stalin, los textos de este grupo comienzan a entrar en Europa, por los años ’60 (Julia Kristeva).  Hay otro aterrizaje de la obra de Bajtin en los debates europeos que es a través de Birmingham, a través de Hall y de Williams.  Una parte del grupo de Birmingham estaba muy orientado a ese horizonte de intereses y los textos del grupo de Bajtin son bien recibidos cuando logran transponer la frontera soviética. 

Vale la pena tener en cuenta estas condiciones y el año 1927 para acercarse a la lectura de Voloshinov, asumiendo cuál podía ser el contexto de su debate, los diálogos que sostiene con otras perspectivas, que son perspectivas de época, para entender que en el tratamiento que hace sobre lo ideológico, en rigor, lo psicoanalítico es una completa ausencia.  En el grupo de Bajtin hay textos en los que se proclamaban muy en contra de Freud y a favor de una psicología marxista.  Pero, en este caso, el eje está puesto en la creciente influencia de la lingüística saussureana y, por otro lado, las posiciones que enhebra con las tradiciones de una filosofía idealista, donde el lenguaje centralmente ponía en juego la posibilidad expresiva de un interior, de un alma, de una psique, de una vida singular de cada individuo, en una contraposición completa con lo que sería la perspectiva saussureana.

Tener esto en cuenta porque en función de este escenario es que Voloshinov va a intentar plantear el problema del lenguaje, que lo plantea vinculado a la cuestión de lo ideológico.  En Voloshinov, aunque en términos menos complicados y sofisticados que algunos de los textos que hemos leído, podemos encontrar elementos claros que de algún modo, establecen un puente con lo que venimos planteando.  Por ejemplo: con la idea de remover el sujeto de conciencia, del cogito. 

En esta problematización de los (asuntos) del lenguaje, todavía se pueden añadir elementos importantes recogiendo las otras lecturas que hemos incluido en el programa a lo largo de las distintas unidades.  Pêcheux y Foucault plantearán el problema de manera distinta pero no radicalmente distinta, el problema del discurso.

Hay en el texto de Voloshinov una nota del traductor que utiliza el término palabra para hablar de discurso.  Pero el concepto de discurso tal como lo plantean Pêcheux y Foucault nos coloca en la discusión contemporánea.  En Pêcheux vamos a encontrar una problematización de lo discursivo que recoge la tradición marxista a través de Althusser y la tradición psicoanalítica a través de Lacan. Pêcheux, en este texto, escrito muy pocos años después de lo leído de Althusser, sigue en esa misma dirección, en ese mismo programa de trabajo, buscando las maneras de poner en diálogo, de articular elementos de ambas vertientes.  Y produce algunos aportes conceptuales relevantes.

Foucault sabe de ambas vertientes.  Sin embargo, el trabajo de Foucault va a estar más marcado por la ruptura con estos antecedentes que por su continuidad.  En el marco de esta relativa ruptura, incorpora a la problemática de lo discursivo una noción que es el poder, que para una mirada como la del programa de la materia, que se plantea la cuestión de lo ideológico en el discurso, las operaciones del discurso en el campo de lo histórico social, resulta un elemento de suma importancia.

Laclau, en rigor, ha leído a Althusser, a Lacan, a Foucault, a Žižek y formula algunas propuestas, habría que decir para una teorización de lo discursivo, pensando particularmente en torno del concepto de hegemonía (Gramsci). 

El centro inicial de la crítica de Voloshinov es el de esta filosofía de la conciencia.  La perspectiva de Voloshinov al respecto es sumamente rica: plantea de manera clara de qué manera la ideología está hecha de signos, los signos son ideológicos; de qué manera la ideología, los signos, no son resultado de una actividad de conciencia, sino, por el contrario, la conciencia se forma en ellos, y de ellos, y de qué manera se forma de ellos y con ellos en el marco de la interacción; pero también abre el paraguas y dice que la interacción se da en una organización social determinada.  Entonces, ahí sí podemos pensar en términos de una interacción generadora de signos y de ideología. Es decir, una desmentida radical a cualquier posición que haga del individuo o de los dos o más individuos en tanto que tales, en definitiva, el lugar de origen o el lugar decisivo o el lugar crucial para la producción de las significaciones.  Antes bien, asumiendo que es antes que nada social y que es ahí donde los individuos venimos a ser producidos como tales.  La conciencia es un “inquilino del edificio ideológico”.  Y no al revés, no es la fábrica productora de representaciones.

El otro punto que debe destacarse es lo que retoma bastante tiempo después Althusser: no suponer la relación base – superestructura como una relación causal, ni tampoco suponer que esta determinación, en última instancia, de la superestructura por parte de la base, es capaz de agotar lo que allí sucede.  De manera reiterada, usa una metáfora: cuando el lenguaje dominante en el campo del marxismo era la ideología como reflejo de la base material, se empeña en marcar una y otra vez “refleja y refracta”, y dice que, sobre todo, lo que importa es cómo refracta.  En esta refracción puede entenderse el modo, la manera en la que con una actividad propia, el campo de lo ideológico construye, produce una significación material que de ninguna manera se acaba en su acople perfecto con las cosas.   La refracción, en todo caso, podría estar apuntando a lo que asumimos como un plus de significación. 

Página 41 y 42, capítulo 2: Problema de la relación entre las bases y las superestructuras.  “El establecimiento de un nexo entre las bases y un fenómeno aislado, sacado del contexto ideológico global, no tiene ningún valor cognoscitivo.  Ante todo es indispensable determinar la significación de un cambio ideológico dado en el contexto de la ideología respectiva, tomando en cuenta el hecho de que toda el área ideológica representa una totalidad, la que reacciona mediante todos su componentes a los cambios de las bases.  Por eso una explicación debe conservar todas las diferencias cualitativas entre las áreas en interacción, siguiendo todas las etapas por las cuales el cambio atraviesa.  Sólo bajo esta condición el resultado del análisis no registrará tan sólo una correspondencia externa de dos fenómenos eventuales pertenecientes a planos distintos, sino que mostrará el proceso de una generación dialéctica efectiva en una sociedad, proceso que se inicia en las bases y culmina en las superestructuras.”

Es importante prestar atención a las observaciones que hace en relación con la perspectiva saussureana.  En relación con la otra que llama subjetivismo idealista, que ya hoy no forma parte de los programas de lingüística.  El tema del subjetivismo idealista, aquí tiene que ver con la concepción de la conciencia y el lugar que ocupa.  El territorio del lenguaje es el territorio de la libertad y la pura creación, para esta perspectiva. Es donde el ser humano despliega su espacio de creatividad, su libre albedrío hasta sus particularidades estilísticas, de gusto, etc.  El lenguaje mismo se convierte así en una obra de arte.  El lenguaje entendido como las operaciones individuales de habla. V. tiene una posición anti freudiana.

Por contraposición, la perspectiva saussureana suponiendo este tesoro social, universal, donde la lengua como entidad abstracta, como estructura que soporta cualquier uso individual, fija las reglas inexorables y la posibilidad del individuo en el habla es sólo hacer una apropiación individual para proferir su enunciado; es una posición contraria, donde el espacio del lenguaje es un espacio absolutamente normado, donde la libertad individual está claramente circunscripta a un campo de combinaciones posibles y donde lo que organiza la posibilidad de estos intercambios es esta suerte de arco iris que se tiende por sobre la estructura constante que el habla plantea.

Voloshinov se toma el trabajo de criticar a ambas y buscar otra mirada. Eso es lo que va a desarrollar en los capítulos de la segunda parte, hasta llegar a cierta conceptualización respecto del discurso, su posición es pensar en una cierta congruencia con otros autores, pensar en la posibilidad de una producción social que carece de toda fuente última, de todo origen metafísico, que se sostiene, se modifica en la propia producción social, en el propio juego de las conflictivas relaciones sociales; en ellas se forjan las concepciones individuales, que en esa lucha es donde se definen las significaciones de las cosas, que dependen de los efectos y resultados de estas luchas, es por excelencia un campo político el campo de las significaciones, no sólo en la ideología de lo artístico filosófico, religioso, sino también en la ideología de la vida cotidiana.  Al mismo tiempo, abre algunas puntas / puentes metodológicos que nos permiten pensar la polisemia de cualquiera de los campos sobre los que elegimos trabajar, como un campo donde al mismo tiempo se dirimen lo que las cosas aparecen siendo de un modo indiscutible, y con ello, se dirimen también las posiciones simbólicas de los actores que se constituyen, de las identidades que se constituyen en torno de una forma de organización  de las significaciones o bien de otra.

El sentido con el que está planteada la neutralidad en el texto de Voloshinov va en relación directa con la variedad de cargas ideológicas que el signo puede portar en su polisemia.  El uso del término neutro que hace Voloshinov apunta a que, por sí mismo, no tiene por decir así “la ideología atada”, sino que, en rigor, tiene que ver con el modo en el que en el signo resultan permeadas las luchas sociales, tiene que ver con el modo en que se dirime la carga ideológica a través de la cual opera.  No es que el signo, por sí mismo, abstraído del contexto, sea ya una definición determinada. 

Algunos de los puntos que son cruciales del planteo althusseriano en Voloshinov asoman, aunque Althusser no debe haber leído a Voloshinov.  Básicamente: a) la crítica a la idea de una conciencia como lugar trascendental o como lugar de origen de la producción ideológica; b) la conceptualización de lo superestructural con una autonomía relativa que en la época de Voloshinov ni se llamaba así, ni había sido pensada como tal. 

Respecto de la multiacentualidad y la monoacentualidad. El problema político es el de controlar esa multiacentualidad y fijar el sentido en algún lugar.

Lo que está planteando Voloshinov es lo que se convertirá en un tema clásico de la problemática del lenguaje.  Es el modo en el que el signo carece de una coincidencia perfecta con lo que supuestamente nombra.  Para Voloshinov – y después – el signo es, en sí, además de una existencia material, es una operación en primer término representativa: sustituye, reemplaza, representa (vuelve a hacer presente lo que está ausente).  En esta condición representativa se encierra ya una suerte de problema y es que en el camino que va de la presentación a la representación, las cosas no quedan indemnes: algo ocurre, la coincidencia perfecta es imposible.  Se abre una brecha, un espacio donde la representación puede traer consigo cuestiones que no están propiamente dichas en la presentación.  En este sentido, se podría pensar, inclusive, la idea de la polisemia con la que avanza Voloshinov: una suerte de intersticio por donde el signo se carga y queda abierto a reflejar, a refractar; queda abierto a hacer visible los movimientos, las luchas, los conflictos de la propia vida social. 

Esto no es una característica de la palabra sino de la producción de significaciones, nos movemos entre excesos y reducciones, estos procesos son los procesos de la producción social – y nunca otra cosa que social – de las significaciones.  Son tan fuertemente sociales, que en ellos nos constituimos como individuos, como personas, como conciencias individuales.   En este sentido es que comenzamos diciendo que la ideología era una primera precaria teoría sobre la producción social de las significaciones. Es como si dijese: “no voy a entrar mucho en detalle pero, en general, el modo en que tenemos de explicar las cosas debe explicarse por las condiciones materiales de existencia”. Esto pone en evidencia que es una ilusión pensar que las palabras se corresponden con lo que representan.  La significación, lejos de cualquier (transparencia) de las palabras respecto del mundo, más bien construye un mundo, produce significación creando un mundo. Los problemas de las diferencias entre distintas operaciones, formaciones, estrategias discursivas, son problemas de poder que producen efectos de verdad.  Entonces, desde un punto de vista histórico social concreto, ciertas operaciones discursivas instituyeron efectos de verdad, en detrimento de otros (hegemonía).  Entonces, cuando pasamos de Voloshinov a Pêcheux, a Foucault, a Laclau, estamos ingresando a esta problemática de lo discursivo.

Pensaremos lo discursivo como la manera de concebir lo real a sabiendas, haciéndose cargo de que, en rigor, cuando decimos lo real, hablamos de las significaciones que construimos socialmente.  Vamos a pensar en lo discursivo como en todo aquello atinente a la producción, circulación, desplazamiento, (recreación), lucha, modificación de significaciones. 
Detrás de esto, hay una vuelta de tuerca epistemológica, a saber: los llamados grandes relatos en general, distintas grandes teorías que intentaban dar cuenta de la realidad, no se asumen ellas mismas como interpuestas frente a las cosas por una operación de producción de significaciones, sino que se asumen a sí mismas como productoras de un lenguaje transparente que nombraba efectivamente las cosas en su naturaleza última, primera, definitiva.  La irrupción de la problemática de lo discursivo tiene que ver con la asunción de la radical opacidad del lenguaje, de la imposibilidad de asociar los nombres a las cosas que nombran y de asumir que, en esa operación de designación, se construyen significaciones y que es de estas significaciones de las que, en realidad, hablan y por las que pelean los grandes relatos.

Tampoco olvidemos que en esta naturalización de la significación están comprometidas, como diría Althusser o Žižek, las relaciones vividas o imaginarias con nuestras condiciones de existencia.  Lo que se significa es la representación de esas relaciones.  Es la representación de ese registro de lo vivido que, a su vez, está sometido a las regulaciones inconscientes de los discursos sociales imperantes.  O de la ideología dominante.  O por la ley.

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